Hoy es uno de esos días, en el que el sol ha decidido salir y llevarte la contraria, porque hoy, querido mío, es tu día gris.

Todo el mundo lo hemos tenido, y si ahora aparece el aplicado de clase y me dice que no; le voy a decir una mala noticia, o no, pero eres un robot o un ser sin sentimientos.

Los días grises son esos días en los que conmemoramos nuestros fracasos, en todos los ámbitos habidos y por haber de nuestra vida. También en esos días, decidimos mirar a un pasado algo oscuro, donde quien gobernaba en nuestra cabeza era alguien que no le importa quien fueras, solo quería moverte como a un títere a su antojo.


No todos los días grises son días malos, también son buenos. Dentro de esos días en los que la cama quiere ser nuestro lugar de trabajo, nos muestra la importancia de esos días donde la felicidad es nuestra amada y que por unos días debemos irnos con su amante. Pero cuando vuelve, siempre viene con más luz y fuerza para que nunca más vayamos con su lado oscuro.

Los días grises son aquellos en que nos explican las perdidas y las ganancias pero sobre todo, la experiencia. Son días raros donde los tiempos revueltos de nuestra memoria salen a recordarnos el mal pasado de nuestra vida, véase los que te insultaban por ser diferente en el colegio o esas pérdidas donde nada se puede remplazar.

Los días grises nos advierten de que debemos sacar esa parte que no contamos ni a nuestra propia sombra y nuestro subconsciente sabe de su existencia. Esa parte de la cual nunca, tal vez, hablaremos con nadie pero todos sabemos que existe.

Los días grises son esos días incrédulos para unos pero continuos para otros que supone el pan de cada día, lo cual hace que sean eternos a consecuencias de ciertas cosas, o simplemente por una enfermedad.

Los días grises son días como hoy, en donde intentamos aguantar las lágrimas por el dolor del pasado, del presente y del futuro. Pero llorar siempre es bueno ¿no?